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Rev. argent. neurocir. v.21 n.4 Ciudad Autónoma de Buenos Aires oct./dic. 2007
La verdad y la evidencia.Verdad: correspondencia perfecta del pensamiento o de la expresión, con la cosa representada.// Lo que ha sido probado o comprobado.// Lo que no se puede negar racionalmente.
Evidente: que es tan claro y manifiesto que resulta indudable. / Claro a la vista o al entendimiento. (Del latín evidens: e + videns pp. de videre: ver)
Evidencia: cualidad de evidente. (sinónimo: certeza, certidumbre).
La definición de la verdad, tomada del diccionario, sobre todo en su primera acepción, es un poco decepcionante respecto a la importancia del concepto que representa. Sin embargo, no ha podido ser superada a través del tiempo y pertenece a Aristóteles. En época de Santo Tomás de Aquino1, se habló de adecuación del pensamiento o la proposición con la realidad.
Antes de los griegos no se había preguntado seriamente acerca de la verdad. Pareciera que el hombre, aunque adelantado notablemente como lo demuestran la escritura, la arquitectura y la astronomía y la geometría babilonias o egipcias, se había limitado desde el punto de vista intelectual, a la resolución de problemas concretos.
Los griegos notaron que el conocimiento del mundo requería de una postura más profunda. Buscaban encontrar una explicación racional a la contingencia y el cambio2. Para ello, crearon un arma intelectual tremendamente poderosa: la lógica. Ya Parménides3 en el siglo VI a. C. descubría el principio de no contradicción, que puede expresarse de diferentes maneras: lo que es, es y lo que no es, no es. O: algo no puede ser y no ser. Aunque visto así parece una ley de Perogrullo, constituyó, por un lado, un gran impedimento inicial para poder explicar el cambio, que en su esencia es pasar a ser otra cosa, manteniendo la identidad. Aunque el principio quedó definitivamente redactado cuando más tarde se agregó la frase "al mismo tiempo" (Nada puede ser y no ser al mismo tiempo), Parménides pareció enredarse en el lenguaje y pensó el ser como un ente real y le atribuyó propiedades físicas e intelectuales, inaugurando la metafísica.
Un contemporáneo de Parménides, Heráclito3,4,5, sentó las bases de la dialéctica, mediante su teoría del devenir continuo de lo uno y de la armonía o coincidencia de los contrarios. La dialéctica fue perfeccionada por Sócrates y su discípulo Platón, que nos legó su versión del pensamiento Socrático a través justamente de sus famosos Diálogos. En uno de ellos, dedicado a Parménides, demuestra (sin dejar de hacerse algunas concesiones) que el todo es uno y luego que es múltiple.
Para los griegos palabra y pensamiento se designaban con el mismo vocablo: logos, posiblemente por la impresión predominante, aún actualmente, de que pensamos con palabras. La palabra ilumina y descubre, muestra la realidad. Esta es, como explica Heidegger6, su función apofántica. Pero cuando la palabra es parte de un razonamiento, la palabra descubre la verdad (aleteia). Entonces, se transforma en apofansis de la verdad. La verdad es des-velada. Esto es la provisión de la evidencia (hace ver la verdad), propiedad del logos apofántico.
Sin embargo, de la misma manera que el logos muestra y descubre, puede también tergiversar7 o expresar un error6.
El carácter divino de la verdad y el origen del método experimental
Vimos en una cita de Descartes del número anterior, que la certeza de verdad que poseemos (evidencia) se basa para este autor en la existencia de Dios.
No es un pensamiento nuevo. Desde la antigüedad se relacionó la verdad a lo divino; Platón en uno de sus Diálogos (Fedón), dice: El alma es lo más semejante a lo divino, inmortal, inteligible [...] cuando examina sola y por sí misma [piensa], parte hacia el lugar de lo puro, siempre existente, inmortal […] cesa pues de deambular, y se comporta respecto a aquellas (cosas en sí), siempre idénticamente y del mismo modo, a causa de haber tomado contacto con cosas que así se comportan ¿no es este el estado del alma que se llama Sabiduría?
A través de Aristóteles en su De anima, con su "mente agente" y su tradición, con Averroes y a pesar de santo Tomás1, hasta el Renacimiento, iban a mantenerse estas ideas: Verdadero es eso mismo que uno hace; y por eso en Dios está la verdad primera. Porque Dios es el primer Factor […] En las matemáticas conozco lo verdadero, por hacerlo; en la Física las cosas andan de otra manera […] Las cosas geométricas las demostramos porque las hacemos; si pudiéramos demostrar las físicas, las haríamos […]
Estas citas tomadas de Vico8, nos muestran, por un lado, la creación como fuente de conocimiento. Por ello el Creador es poseedor de toda la sabiduría. Por otro, la orfandad de las ciencias (hasta ese momento) no matemáticas, justamente porque en ellas el hombre no puede crear, sentando así las bases de la necesidad de la actividad creadora de la investigación en el diseño del experimento.
Leemos en Galileo, introductor del método experimental en la ciencia: …y tales son las ciencias matemáticas puras, de las que el intelecto divino sabe infinitas proposiciones más, porque las sabe todas, pero de aquellas pocas entendidas por el intelecto humano, creo que el conocimiento iguale al divino en la certeza objetiva, pues llega a comprender su necesidad, sobre la cual no puede haber certeza mayor. (Diálogo sobre los sistemas máximos).
Esta certeza divina brindada por el conocimiento matemático es la evidencia que buscaba Descartes como base para la aceptación de una proposición como verdadera. Lamentablemente, la demostración matemática o geométrica, a las que él estaba acostumbrado, no pueden aplicarse directamente a la ciencia natural.
Así la ciencia debió recurrir al método experimental: La invención del instrumento físico apto para reproducir el fenómeno, poniendo en acción las razones o causas del mismo, descubiertas teóricamente por la inteligencia8.
Es decir que quien investiga debe formular una hipótesis acerca de las razones o causas del fenómeno estudiado, antes de diseñar creativamente su experimento. Precursoramente, Leonardo da Vinci afirmaba que la práctica debe ser edificada sobre la teoría9.
Recién en nuestros días parece haber perdido el pensamiento científico, su carácter divino. Según Maurice Meleau-Ponty, en El Mundo de la percepción: El pensamiento adulto, normal y civilizado vale más que el infantil mórbido o bárbaro, pero con una condición: que no se considere como pensamiento de derecho divino, […] que no finja haber superado lo que se limitó a ocultar, y no tome como indiscutibles una civilización y un pensamiento cuya función más propia, por el contrario, es la impugnación.
La verdad y la evidencia
En último término entonces, la verdad es una proposición efectuada idealmente en el pensamiento o expresada. Esta proposición debe ser verificada. De tratarse de una proposición concreta, como: "El cuadro está torcido" para utilizar el ejemplo de Heidegger6, basta también una simple verificación: mirar hacia el cuadro que la proposición muestra.
Otras verificaciones en el campo de la ciencia, requieren repetir el experimento en las mismas condiciones en que fuera ejecutado inicialmente, para ver si da los mismos resultados.
Otras veces, la evidencia se obtiene por demostración deductiva como sucede en las matemáticas o la lógica, en donde, si se sigue un camino válido9, de premisas verdaderas obtendremos conclusiones también verdaderas.
El problema con este tipo de demostraciones, es que suelen ser tautológicas y por ende, no aumentan el conocimiento, aunque pueden servir para perfeccionar los conceptos.
Nuestro conocimiento científico actual proviene, en gran parte, de la comprobación experimental de hipótesis generadas inductivamente. Estas hipótesis permiten obtener por deducción una serie de premisas que son comprobables experimentalmente, para obtener la evidencia necesaria por un lado y aumentar su campo de aplicación por otro.
Debemos tener en cuenta, sin embargo, que por provenir de inducciones, las proposiciones científicas son consideradas provisionales9, y aunque altamente probables, todo dogmatismo (pretensión de verdad absoluta) es rechazado.
La razón dialéctica como fuente del conocimiento
Aunque la dialéctica parezca inicialmente un enredo fenomenal si uno comienza leyendo a Hegel y por otro lado haya sido utilizada principalmente en el terreno histórico filosófico, muchos elementos del método pueden ser aplicados a la búsqueda de la verdad en otros ámbitos del conocimiento, incluso el de las ciencias biológicas y, por qué no, en la Medicina. El siempre elogiado escepticismo de la duda cartesiana es en sí mismo un primer paso en el movimiento dialéctico del pensamiento.
Para comprender la esencia del método debemos recordar que el nombre proviene de diálogo. Sólo en la realidad viva del diálogo en el cual "los hombres de buena disposición y auténtica dedicación a las cosas" alcanzan mutuo acuerdo, puede obtenerse el conocimiento de la verdad propone Gadamer10, siguiendo a Hegel. De esta manera, en el pensar expreso, es pensado lo común entre quienes dialogan, que excluye todo carácter privado del pensar. "El yo es depurado de sí mismo" (aunque el diálogo sea consigo mismo).
Las "leyes" del método dialéctico son resumidas así por Henri Lefebvre11:
a) Ley de la interacción universal: (conexión recíproca de todo lo que existe). El entendimiento aísla fragmentos de la realidad que cree significativos, para analizarlos. Pero luego de este análisis, mantener estos fragmentos aislados, es privarlos de sentido, explicación y contenido.
b) Ley del movimiento universal. Al no aislar, el método dialéctico, devuelve hechos y fenómenos a su movimiento tanto interno (apariencia "fluctuante"), como externo, integrado al devenir universal.
c) Ley de unidad de los contradictorios. "La realidad es contradictoria". Esto se puede aplicar no sólo a la política de nuestros días, sino a todos los niveles del conocimiento. La profundización intensiva de los conceptos hasta hacer surgir sus contradicciones es un gran avance del método dialéctico, porque luego de expuestas claramente, busca encontrar el enlace, la unidad que las engendra, las opone, las hace chocar las rompe o las supera11. Se busca intensamente, la resolución de las contradicciones.
d) Transformación de cantidad en cualidad (ley de los saltos). Los cambios cuantitativos son graduales, hasta que se alcanza el nivel del cambio cualitativo, que es, en general, brusco. Esta es la gran "ley de la acción". En el momento en que el cambio cuantitativo llegó a su punto crítico (presencia de las condiciones objetivas del suceso), un pequeño esfuerzo producirá el cambio cualitativo.
e) Ley del desarrollo en espiral (ley de la superación). Del choque de los contrarios se libera una promoción más elevada del concepto. Es una forma de expresión optimista del progreso.
Las "reglas prácticas" del método dialéctico, consecuencia de estas "leyes" son: análisis objetivo de la cosa, detección de sus conexiones y movimiento propio (¿conocerla?). Ver la cosa como unidad de contradictorios; analizar su conflicto interno y la tendencia del mismo. Reubicar la cosa en el conjunto de sus relaciones. Captar el momento de las transiciones (evitando errores de apreciación), y no olvidar que el proceso de profundización del conocimiento es infinito.
La gran evidencia que aporta la dialéctica, es que la realidad es movimiento, devenir.
El método es muy seductor, y conociéndolo, debiéramos acostumbrarnos a aplicarlo a los problemas que nos plantean los distintos niveles de la realidad.
Un hecho especialmente interesante es el acento que se pone en un movimiento: el entendimiento aísla (abstrae) y la razón vuelve a las relaciones concretas de la cosa, con lo cual se hace posible el conocimiento de lo particular, tan importante en nuestra práctica cotidiana. Recordemos pues, que para la dialéctica no es lo mismo razón que entendimiento. Cada uno a su turno debería entrar en acción para darle un toque de "arte" a nuestra actividad.
Horacio Fontana
Bibliografía
1. Aquinas. Selected philosophical writings. Oxford University Press, 1993.
2. Crombie AC. Historia de la ciencia: de Agustín a Galileo. Tomo I. Alianza, Madrid, 1983.
3. Eggers Lan C, Juliá VE. Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid, 1994.
4. Jaeger W. La teología de los primeros filósofos griegos. Fondo de Cultura Económica, México, 1992.
5. Mondolfo R. Heráclito. Textos y problemas de su interpretación. Siglo XXI editores, México, 1989.
6. Heidegger M. El Ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1980.
7. Copi IM. Introducción a la lógica. Eudeba, Buenos Aires, 1985.
8. Gadamer HG. La dialéctica de Hegel. Ediciones Cátedra SA, Madrid, 1988.
9. Mondolfo R. Figuras e ideas de la filosofía del Renacimiento. Icaria Editorial, Barcelona, 1980.
10. Dellepiane L. Contacto personal. Cátedra de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador.
11. Lefebvre H. Lógica formal, lógica dialéctica. Siglo XXI editores, México, 1990.