La verdad y la evidencia III. Los límites de la razón

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La verdad y la evidencia III. Los límites de la razón

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Rev. argent. neurocir. v.22 n.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires abr./jun. 2008

La verdad y la evidencia III. Los límites de la razón

Las limitaciones de la razón

Desde la más tierna infancia de la aplicación sistemática de la razón humana a la comprensión de la realidad, se pudieron observar algunos puntos débiles de la misma.
En los "atributos" que Parménides "descubrió" en el Ser1, se encuentra una clave nada despreciable de las debilidades de la razón, cuando se aplica al conocimiento de lo real. Este filósofo llegó a la conclusión que el verdadero Ser es único (dificultad para encararse con la variedad y complejidad de la realidad), inmóvil (dificultad para comprender el movimiento), eterno (dificultad para comprender el tiempo), infinito sin límites, que es lo que determina los objetos de la realidad. Así, la percepción sensible era ilusoria, y el mundo de la misma, in inteligible. El pensamiento debía retirarse a un nivel absoluto, donde el cambio, la contingencia, la variedad y la decadencia no existen. Así nació la metafísica.
El desarrollo de la lógica a partir del principio de identidad o de no contradicción impuesto por Parménides, le otorgó a la humanidad y la ciencia, una poderosa arma para conocer la verdad, determinando la validez de los razonamientos. Pero la desconfianza en lo observado, generó una primacía de "lo racional", que llevó muchos siglos desterrar y generó mucho daño cuando se alió con el poder político o moral.
Un contemporáneo de Parménides, Heráclito, inauguró una forma de pensar completamente diferente, que hacía especial hincapié en el cambio, el devenir y la oposición de los contrarios, bases como vimos, de la dialéctica. Heráclito es llamado "el oscuro" por la forma aparentemente metafórica de los escasos fragmentos que quedan de su obra2. Sin embargo, quienes retomaron su camino en épocas más cercanas, no parecen haber alcanzado mayor claridad, por la manera abtrusa en que expusieron sus ideas en obras completas, de tal forma que hay que estar previamente preparado por quienes parecen haberlos entendido, para poder desentrañar el trabalenguas.
Como con la matemática y la geometría, ciencias puramente racionales, la razón tiende a formar sistemas por deducción, a partir de principios que le parecen indudables, por lo que no necesitan demostración (axiomas). De la misma manera que las geometrías no euclídeas encontraron otros principios en los que basarse, y crearon sistemas que fueron tan exitosamente aplicados a algunos aspectos de la realidad, como los euclídeos, así también los sistemas filosóficos (metafísicos) se fueron sucediendo, frecuentemente aliados al poder, hasta que cayeron en descrédito en el pasado siglo.
No parece haber duda pues, de que la razón no puede, sola, con la realidad. Necesita del método experimental, basado en el ingenio y la invención, para crear en la ciencia, un conocimiento válido del mundo, que es racional, y por lo tanto sistemático, pero fundamentado en la observación y la experimentación planificadas.

El acoso a la razón

En un libelo publicado en la década pasada, Antiseri y Dahrendorf3 basándose principalmente en Karl Popper, quieren decirnos que ser racional en ciencia no es fundamentar una teoría con evidencia experimental o deductiva, sino tratar de desbaratarla o refutarla, proponer alternativas a las teorías más consolidadas.
Fantasía y crítica, serían los pilares de la racionalidad científica. Una postura romántica y seductora, pero errónea.
Hemos siempre estimulado la actitud crítica desde estas páginas y creo que es la base de una mente científica. Pero el ejercicio de la actitud crítica puede tener distintas lecturas. La más habitual sería la de realizarse la pregunta de si lo que alguien asevera coincide con el cuerpo actual del conocimiento referido al tema y si es coherente. Lo mismo, para el análisis del propio pensamiento. La aplicación exitosa de una teoría a distintos campos de la realidad es su valor heurístico. A mayor valor heurístico, mayor verosimilitud de la teoría.
No es verdad que los científicos están buscando todo el tiempo desbaratar teorías. Al aplicarlas por deducción (racional), experimentalmente, a nuevos campos de la realidad, pueden encontrar fallos en las mismas, que son habitualmente sorpresivos, y abren una nueva veta de investigación.
Si bien es verdad que la ciencia no puede fundamentar nada en forma definitiva, no se puede negar su aspecto racional, que está buscando permanentemente dar sustento a sus premisas, con evidencias que son habitualmente experimentales u observacionales.
Es muy fácil emitir un juicio rimbombante como "no hay certeza en la ciencia"3, aunque en cierta forma sea verdad, pero la ciencia es el intento humanamente más correcto para acercarse a la certeza y sobre todo, para medir el error.
Nuestro tiempo se caracteriza por un acentuado desdén hacia la razón. No sólo desde la filosofía, como vimos, sino desde otros niveles de la vida política y social. El desprecio por la verdad de la propaganda moderna, como también en el campo público, nacional e internacional, el crecimiento del fanatismo y la intolerancia, junto a un cínico lustre superficial de condena a la exclusión y la marginalidad, y el desarrollo progresivo de una fe casi ciega en la salvación mediante la brutalidad4.
Como hicimos notar hace poco5, la acumulación apabullante de información que hace casi imposible abarcarla y lidiar con ella para darle racionalidad a nuestros actos.
La difusión del conocimiento a gran escala hace que la gente satisfaga superficialmente su curiosidad y pierda interés por profundizar e investigar. Este aspecto parece darse especialmente entre los jóvenes, según la modesta opinión de este editor.
La masividad del acceso a la universidad lleva inevitablemente a una disminución de la calidad y profundidad de los contenidos impartidos. Esta carencia dificulta después, desarrollar una actitud crítica frente a lo que se lee, escucha o piensa. Surgen así, rivales o sustitutos de la razón, que pululan en la sociedad actual.
Haremos mención aquí a uno que es especialmente influyente en la actividad médica: la autoridad.
Está claro que hay algunos que saben más que otros, y todos hemos aprendido a respetar este conocimiento en nuestros maestros, por escucharlos hablar, ver la claridad del resultado de su pensamiento, o verlos actuar frente al paciente, ya sea en la clínica o en la sala de operaciones. Pero también los hemos visto fallar y a veces, caer en errores de los que nos dábamos cuenta hasta nosotros.
Una costumbre que proviene quizá del respeto devoto que desde niños hemos aprendido a tener de la opinión de nuestros padres4, nos lleva a que si hay otros que lo han pensado o investigado antes, -¿para qué voy a ponerme yo?
Debemos preguntarnos seriamente, sin embargo, si debemos confiar en todo lo que escuchamos o leemos. El prestigio de los Journals internacionales, le da un toque de autoridad a todo lo que en ellos se dice, aunque mucho pueda ser puesto en duda, o directamente rechazado, a poco que nos pongamos a pensar. Es más, es bastante probable que al repetir una experiencia ya publicada, encontremos detalles, diferencias sutiles, no descriptas, que le darán un sello personal a lo ya hecho por otros.
La falta de preparación nos lleva a aceptar los resultados de trabajos aparentemente científicos y bien planificados, en base a la autoridad de quienes los firman.
Sin querer tirar por la borda toda autoridad o tradición, debemos coincidir en que la razón es el único medio idóneo para determinar el uso adecuado de la autoridad4. La razón, a través de la ciencia lógica, constituye un esfuerzo para determinar el peso de la evidencia que la autoridad en cada caso nos ofrece.
No es posible mediante el razonamiento, alcanzar una certeza absoluta con respecto a verdades de hecho. Pero sí nos permite aclarar nuestras mentes en lo relativo a la fuerza racional de la evidencia para nuestras convicciones4.

1. García Morente, M. Lecciones preliminares de filosofía. Losada, Buenos Aires, 1983.

2. Mondolfo, R. Heráclito. Textos y problemas de su interpretación. Siglo XXI editores, México, 1989.

3. Dahrendorf, R, Antiseri, D. El hilo de la razón. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1997.

4. Cohen, MR. Razón y naturaleza. Paidos, Buenos Aires, 1965.

 

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