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Rev. argent. neurocir. v.23 n.3 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./sep. 2009
Neurocirugía y neurocirujanos. Qué creemos de nosotros mismos y qué esperamos
En septiembre de 2007 Michael Apuzzo publicó un editorial en la revista Neurosurgery que por lo polémico que me pareció, llama a la reflexión. Lo tituló "¿Somos Ismael?
Ismael es un personaje bíblico hijo natural de Abraham, que castigado por su pecado, condenó a su hijo a estar enemistado con todos.
Lamenta Apuzzo que la Neurocirugía "la elegante especialidad que evolucionó última en el desarrollo de la moderna práctica médica" "una de las joyas de la corona del macrocosmos de la medicina", "un lujo de la sociedad y manifestación de robusta sofisticación y bienestar económico" sea a su vez "altamente vulnerable a las vicisitudes de las actitudes sociales y económicas que son la base de su propia existencia" y "la primera en sufrir en tiempos económicos difíciles o cuando los individuos colectivamente tienen al valor de la práctica de la medicina en menor estima". Debido al "relativamente pequeño número de especializados, en paralelo con una baja incidencia de enfermedades tratables apropiadamente", "la influencia de quienes debieran ser portavoces a niveles regionales o locales está enmudecida y es poco substancial en el concierto de las fuerzas sociales".
Una visión romántica de principios del siglo pasado, la de nuestros maestros quizá, que miran o miraron con nostalgia la pérdida de un prestigio social superfluo, que habían ganado con la "nueva" especialidad.
Cualquiera que practique la medicina sabe que la neurocirugía no es la última que ha evolucionado, que es una especialidad cuya técnica y arte ya está plasmada en textos extensos, donde quienes se inician pueden aprender en teoría lo que se aplicará luego a la práctica, modificado según costumbres y regiones, pero también según la disponibilidad de medios materiales y humanos para practicarla.
No es verdad que los padecimientos neuroquirúrgicos tengan "una baja incidencia de enfermedades tratables apropiadamente". Baste con pensar en la neurotraumatología, las enfermedades cerebrovasculares y la neurooncología padecimientos que están a la cabeza de las causas de morbimortalidad en todos los países.
Es raro que Apuzzo no haya notado el valor social incalculable de nuestra especialidad, mirada desde esta perspectiva. Sabemos que los padecimientos neuroquirúrgicos pueden ser altamente vulnerables (tratables con mejor resultado), si los pacientes llegan a tiempo a manos de quien sabe cómo tratarlos. Minutos, o unas pocas horas, pueden hacer la diferencia entre la vida y la muerte, o entre la restitución con mayor o menor déficit. La cuestión del acceso de los pacientes a un procedimiento oportuno es uno de los grandes problemas sociales, de los que poco se habla, o se lo hace ligeramente. "Acceso en seis horas" es un límite temporal frecuentemente usado, pero sabemos que ese tiempo puede resultar demasiado para un paciente con un hematoma intracraneano. La concentración en grandes centros es el resultado de la necesidad que tienen los países centrales, como el de Apuzzo, debida al"relativamente pequeño número de especializados" que poseen. Unos señores que "tienen mucha experiencia", muchas veces apabullante, pero que no pueden decir cuántos pacientes fallecieron antes de llegar a sus manos, nos sorprenden con estadísticas imposibles de alcanzar agregando: "los pacientes deben ser tratados en centros con mucha experiencia". Deberán pronto derivar sus pacientes a la China, ya que los centros más experimentados parecen encontrarse allí.
Nueve años después del término de la consigna de Alma Ata, de salud para todos en el año 2000, no tenemos acceso a información sobre cuántos pacientes en el mundo, no llegan a tiempo todavía a las manos del neurocirujano que necesitan.
Tampoco es verdad que la Neurocirugía haya ejercido siempre una influencia importante sobre otras especialidades, sino más bien a la inversa. Pensemos que el microscopio quirúrgico fue introducido en la práctica ORL y Oftalmológica alrededor del año 1917, y que se comenzó a utilizar en neurocirugía en la década de los 60. La endoscopía ha sido introducida posiblemente por los urólogos, cirujanos generales y torácicos antes de extender su aplicación a la neurocirugía. Es verdad que se ha intentado muchas veces inyectar nuevos adelantos tecnológicos, que los neurocirujanos hemos comprado como vidrios de colores para darnos cuenta después, que servían para muy poco, y acostumbrarnos a darle uso de vez en cuando, más que nada para justificar su compra.
Es verdad que es posible, como dice Apuzzo, que se avecine una era nueva, en donde la tecnología sea cada vez más sofisticada, y nos aleje cada vez más del paciente, mientras nos acerca cada vez más a su mal.
Pero debemos simplemente recordar que hasta ahora, las cosas han sido al revés. La alta complejidad está en la mente de quién tiene que actuar sobre el paciente, consiguiendo a veces, resultados sorprendentes con equipamientos simples. Quienes estén así preparados, podrán incorporar tecnología con facilidad a su armamentario terapéutico.
En lo que puede ser que tenga razón Apuzzo, es en que algo de lo que él dice, pasó por nuestras mentes en el momento de elegir la especialidad.
La búsqueda de fama y prestigio, de riqueza o de conocimiento, son los tres más grandes motivadores. La sofisticación y el enigma del cerebro y su función espiritual y vital pueden haber sido un acicate inicial. Pronto habremos visto que la Neurocirugía no es tan sofisticada como pensábamos, que hacemos con audacia, mucho más sobre el enigmático órgano que nos ocupa, de lo que nuestros conocimientos nos permitirían. Que después de más de 100 años de Neurocirugía nuestros conceptos son predominantemente mecánicos, y aún en este caso, incompletos.
Algunos habrán alcanzado su objetivo de prestigio, riqueza o conocimiento, pero poco habrán contribuido al prestigio de la Neurocirugía, si no han pensado o actuado, para hacerla más accesible a la población, estandarizar procedimientos y trabajar mancomunadamente, en equipos locales, regionales y nacionales.
La Neurocirugía es una especialidad más, quizá una de la más antiguas que la humanidad ha practicado, y muy bella para quienes la hacemos con vocación, pero el neurocirujano no tendrá peso social hasta que no trabaje junto a sus colegas en vista a la proyección social de su actividad. Claro que para esto es necesario estar juntos más allá de los tres días que dura un congreso, ser unánimes y no dar motivos de rencor o decepción con nuestras actitudes a nuestros colegas. La discusión de estos temas da para más de un editorial.
Horacio Fontana