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REV ARGENT NEUROC | VOL. 30, N° 1 | 2016
RESEÑA
JUAN ANTONIO GUEVARA
El jueves 12 de mayo pasado, la Honorable Academia de Medicina en Sesión Pública Extraordinaria incorporó como Académico a Juan Antonio Guevara. Este privilegio que se ha otorgado engalana a toda la comunidad neuroquirúrgica, dado que en la larga historia de 194 años de la Honorable Academia, solo un neurocirujano, el Dr. Ernesto Dowling, ocupó el sitial Nº 20. Cabe mencionar que el sitial Nº 1 fue ocupado por Vicente López y Planes, autor de la letra de nuestro Himno Nacional.
Juan Antonio Guevara (fig. 1) nace en casa de sus abuelos maternos, tal era la usanza de la época, en la porteña esquina de Santa fe y Callao. Su padre, Juan Antonio Guevara, abogado y Juez, separado de sus fueros por no aceptar las imposiciones políticas de la época, pertenecía a una familia tradicional en la práctica del Derecho. Su madre, Berta Zaefferer, pianista y presidenta de la Asociación Wagneriana, lo lleva desde pequeño a los conciertos y lo incentiva a estudiar violín, que practica durante tres años.
Figura 1: Juan Antonio Guevara.
Cursa el Jardín de Infantes, la escuela primaria y secundaria en la Escuela Argentina Modelo, donde por su espíritu afable y simpático, cosecha amistades que perduran hasta hoy. Tiene una feliz, privilegiada niñez y adolescencia. Primogénito de 27 nietos, su abuelo materno, diplomático de origen alemán, lo lleva a Europa finalizada la guerra, a visitar sus parientes, dado que las noticias que llegaban eran confusas y poco halagüeñas. A la incomodidad y monotonía del prolongado viaje en barco se suma la triste experiencia de ver el hogar de sus familiares en ruinas, y muchos de ellos fallecidos. Durante 4 meses recorren Europa, percibiendo los horrores de postguerra, adquiriendo una experiencia de vida inolvidable y una madurez precipitada.
De regreso en Buenos Aires, debe decidir su futuro universitario. Todo hacía suponer que se inclinaría por Derecho, dado la impronta familiar, sin embargo, la admiración que profesaba por su abuelo paterno, el médico Joaquín Guevara, al que visitaba todos los años durante sus vacaciones en Mendoza, lo decide por la Medicina. Quedó impactado por un aviso publicado en un antiguo ejemplar del diario Los Andes de Mendoza, que decía: “15 de mayo de 1892, Aviso del día: Dr. Joaquin Guevara atiende de 1 a 2 PM. Para pobres, consulta gratuita” (fig. 2).
Figura 2: Aviso publicado en 1892 por el diario Los Andes de la Ciudad de Mendoza
Desde el segundo año de la carrera su tío Domingo Zaefferer lo lleva como practicante de cirugía general al Hospital Cosme Argerich, donde por los años 50 recién arribaba el Dr. José Benaim y ése es su primer contacto con la Neurocirugía. Simultáneamente hace guardias como practicante en el Hospital Muñiz donde adquiere gran experiencia en Clínica Médica, dado que por entonces dicho hospital gozaba de gran prestigio y acudían pacientes de toda América portadores de enfermedades infecciosas.
Figura 3: El Dr. Juan Guevara con algunos de sus discípulos del Hospital J. A. Fernández.
Imbuido de los principios cívicos de su padre y de los Civit de Mendoza, sus parientes, se incorpora a un grupo de alumnos de diferentes credos religiosos y políticos fundando el CUM (Centro Universitario de Medicina) para luchar por la libertad de claustros en momentos que la Universidad estaba sometida a los intereses del poder político.
Ya recibido de médico, un contacto casual con el Prof. Raul Carrea, quien lo invita a conocer su Servicio en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, lo decide ingresar como residente a la recién creada primera residencia de Neurocirugía de la República Argentina. Terminada su formación como neurocirujano asiste en calidad de concurrente por un año al laboratorio de Neurofisiología del Prof. Eduardo De Robertis. Al año siguiente gana una beca de 2 años del CONICET e ingresa al Servicio de Neurocirugía del Hospital Gutiérrez, donde el Prof. Carrea, que ya había creado el Laboratorio de Neurofisiología en dicho Hospital, lo incorpora a dos de sus proyectos: crear un modelo matemático para analizar los fenómenos cerebelosos y estudiar registros intracerebrales.
En 1965 obtiene una beca como Fellow del Brain Resech Institute de Los Ángeles, California. Allí trabaja en 2 proyectos: análisis de las respuestas de los pacientes implantados por Parkinson y potenciales evocados somatosensitivos en pacientes con esclerosis múltiple. Simultáneamente, ayuda en cirugías al Prof. Rand quien finalmente lo invita a incorporarse a su Servicio, pero él no acepta por no soportar el desarraigo.
En 1967 regresa a Buenos Aires y es nombrado neurocirujano de planta del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, más tarde jefe de Unidad, quedando a cargo de la División, ante el repentino alejamiento del Prof. Carrea a instancias de las autoridades militares que en ese momento dirigían el Hospital. Allí desarrolla, entre otras técnicas, el tratamiento esterotáxico de las disquinesias infantiles, siendo el pionero en nuestro país en realizar dicha práctica en la población pediátrica. Simultáneamente se desempeña como neurocirujano en el hospital de San Fernando y en el Instituto Lanari.
En 1978, en concurso municipal, gana la Jefatura del Hospital Fernández, donde crea la residencia de Neurocirugía y forma especialistas que hoy son destacados neurocirujanos. Finaliza su carrera hospitalaria en 2001, siendo nombrado Consultor del Servicio de Neurocirugía del Hospital de Pediatría Juan P. Garrrahan.
Su actividad docente se inicia como ayudante y luego jefe de Trabajos Prácticos de la Cátedra de Neurocirugía de la UBA, y en 1982 es nombrado Profesor Titular de Neurocirugía de la Universidad del Salvador, siendo actualmente Profesor Emérito de la misma.
Simultáneamente con su actividad hospitalaria, realiza una intensa actividad privada como ayudante del Prof. Carrea, luego como neurocirujano de la Clínica del Sol y del CEMIC, donde continua actualmente como Jefe del Servicio de Neurociencias.
Su participación en sociedades científicas, promueve la inteligencia colectiva en beneficio de los progresos médicos y de la calidad asistencial: Club Sherrington (Sociedad Argentina de Biología), Asociación Argentina de Neurocirugía, Colegio Argentino de Neurocirujanos, Academia Argentina de Neurociencias, Sociedad Internacional de Neurología Pediátrica, Sociedad Internacional de Radiocirugía, entre otras.
En 1962 contrae enlace con María Mendez Huergo, con quien tiene 3 hijos: Martín, neurocirujano; Juan Pablo, economista y Florencia, psicóloga. Ellos le dieron 8 nietos que son su alegría y le ayudaron a superar la temprana desaparición de María.
Porteño de pura cepa, sus domicilios pertenecieron siempre al corazón de Buenos Aires: Callao y Juncal, Arroyo y Carlos Pellegrini, Basabilvaso y Libertador, y últimamente Paraná y Arenales. Siempre ha matizado su actividad médica con sus otras dos pasiones: el golf, que comenzó a practicar cuando estaba en USA y llegó a lograr 7 de handicap, y su querida academia: Racing. De hecho es socio vitalicio del Racing Club y del Jockey Club.
En 1990 contrae enlace con Susana Lanusse, su actual compañera, quien con sus 5 hijos y 18 nietos, amplia su familia rodeándolo de cariño y compañía permanente.
Siempre abierto a las innovaciones tecnológicas y nuevos abordajes, es un estudioso insaciable de la Neurocirugía. Sin ser un orador ni escritor brillante, es un cultivador del diálogo inteligente y persuasivo, que le grangeó el afecto de sus colegas y discípulos, además de sus numerosos amigos, como quedó demostrado en la larga fila de los que se acercaron a saludarlo en el acto académico. Los que lo conocemos, valoramos por cierto sus atributos científicos y quirúrgicos, pero por sobre todas las cosas valoramos su visión esencialmente humanista de la Medicina.
Juan Antonio Guevara es una persona de vida austera, de notable modestia, nada afecto a las conferencias magistrales ni a la figuración tanto dentro como fuera de la Medicina. En los ya 37 años que comparto cirugías con él, pude apreciar su habilidad quirúrgica y su solvencia, pues en los momentos más críticos de la cirugía, como ante la ruptura de un aneurisma o la efracción de un seno cavernoso, nunca le oí levantar la voz ni emitir improperios, imponiendo la calma tan necesaria en esas circunstancias.
A pesar de su bajo perfil, podemos percibir su riqueza conceptual, su visión ecléctica de la vida tamizada con su fe religiosa, que nos hace reconocer en él una mezcla curiosa de sencillez y profundidad con un cierto grado de ironía, de aparente simpleza y compleja estructura mental.
Por eso, desde la admiración y mi profundo respeto le digo:
GRACIAS por transmitirnos su ética de la vida.
GRACIAS por sus enseñanzas.
Graciela Zúccaro